Cada vez que tengo la oportunidad de acompañar a un grupo de personas a andar juntas un proceso de innovación, es emocionante, para una pedagoga como yo, palpar desde la primera fila toda la experiencia de aprendizaje que supone para ellas.
He tenido la suerte de acompañar a unos cuantos equipos a innovar y en contextos diversos, pero nunca deja de sorprenderme lo que se llevan las personas en términos de conocimientos (saber), competencias (saber hacer), competencias socio emocionales (saber hacer con otr@s) y mentalidad (querer hacer y creer que puedo hacer). Además, como es lógico, no solo se enriquecen las personas individualmente, sino que la organización también crece en cada una de estas dimensiones del aprendizaje. Ahora bien, siempre y cuando se haga un ejercicio consciente y estratégico de: compartir lo aprendido y conseguir aplicarlo para que quede como legado en la organización más allá de las personas concretas.
Entonces, visto lo visto, me pregunto si el aprendizaje experiencial le habrá tomado la delantera a las demás metodologías formativas. ¿Habrá quedado atrás el aprendizaje basándonos en modelos teóricos? ¿O el aprendizaje a través de la observación? ¿Qué piensas? ¿Con qué recursos o metodologías has aprendido algo verdaderamente relevante últimamente?
Lo que sí es una evidencia es que cualquier proceso de innovación que se lleva a cabo de forma colectiva, bien conceptualizado y diseñado, con un propósito común, con sentido y un liderazgo presente, genera un impacto emocional en las personas que les predispone a querer adentrarse y saber más sobre las nuevas maneras de trabajar.
Cada vez que en Monday Happy Monday tenemos la oportunidad de hacer una investigación cualitativa para dar voz al talento de una organización, nos topamos con las necesidades más esenciales de las personas. Y ya no es una sorpresa cuando comprobamos que las necesidades suelen ser habitualmente las mismas: (1) sentir que crezco personal y profesionalmente, (2) sentir que aporto a algo relevante y (3) sentirme reconocid@ por el valor que aporto a la organización donde trabajo. Y justo aquí es donde los procesos de innovación interdisciplinar juegan un papel decisivo. Bueno, más bien un doble papel decisivo.
Verás, por un lado, se acelera la capacidad de cualquier organización para convertirse en una “organización que aprende”. Cada proceso de empatía, cada ideación, cada prototipo, cada test con usuarios y cada retrospectiva deja un rastro de conocimiento que, si lo documentamos y lo compartimos estratégicamente, se convierte en nuevo estándar, un nuevo ritual o una nueva herramienta. El proceso de innovación deja de ser un “proyecto más” para incrustarse en la organización. Sea como sea, te aseguro que ya nunca más se vuelve a la casilla de salida. Y, por otro lado, se satisfacen las que podríamos decir que son las tres necesidades esenciales del talento:
- Aprendizaje – La exposición a retos reales amplía el “saber”, el “saber hacer”, el “saber hacer con otr@s” y el tan clave “querer hacer”.
- Propósito – Cada miembro del equipo siente que lo que hace importa, ya que el reto planteado se conecta con las personas que están en el centro de esta.
- Reconocimiento – Los resultados son relevantes y al compartirse con el resto de la organización se pone en valor la contribución individual y colectiva.
Cuando las personas aprenden, encuentran sentido y reciben reconocimiento, se implican más. Y esa energía extra es la mejor gasolina para una organización que quiere aprender y ser parte de las organizaciones del futur. En definitiva, activar equipos interdisciplinares para vivir experiencias reales de innovación no es una moda más, un lujo opcional o una elección aleatoria: es LA FORMA más directa de poner en marcha un círculo virtuoso.