Cada vez más directivos se enfrentan a una situación paradójica: tienen un problema, preguntan a la IA y esta les da una respuesta clara, aparentemente bien estructurada y rápida. ¿Para qué contratar entonces a un consultor si ChatGPT ya me dice qué hacer?
Esta pregunta, que puede parecer pragmática y hasta sensata en tiempos de eficiencia máxima, refleja una confusión de fondo. No entre humanos y máquinas, sino entre información y comprensión, entre respuesta y acompañamiento, entre solución y transformación.
El espejismo del “todo resuelto”
Estamos viviendo lo que el mundo de la innovación llama el pico de expectativas sobredimensionadas de la Curva del Hype de Gartner. Como toda tecnología emergente, la inteligencia artificial generativa nos deslumbra en su fase inicial: responde rápido, con un lenguaje fluido, ofrece múltiples opciones y lo hace 24/7. Parece que todo lo sabe. Pero no todo lo entiende.
Confundir esto con capacidad de diagnóstico estratégico o cambio organizativo es como creer que por tener un libro de medicina en casa, ya no hace falta ir al médico.
Lo que (todavía) no puede hacer la IA
La IA, por brillante que sea, tiene limitaciones estructurales. No porque “aún no sea lo suficientemente buena”, sino porque hay cosas que, simplemente, no están en su ámbito. Estas son algunas:
1. Contextualiza con criterio
Un consultor no parte de datos aislados, sino de ecosistemas de sentido. Sabe que la misma solución no funciona igual en dos empresas distintas, ni siquiera en dos equipos del mismo edificio. Conoce la cultura organizativa, las tensiones latentes, las historias pasadas y los intereses cruzados. La IA, por muy afinado que esté su entrenamiento, opera fuera de ese contexto.
2. Formula preguntas poderosas
La IA contesta. Pero no siempre sabes qué preguntar. Un buen consultor pone foco en la formulación de la pregunta correcta. Cuestiona el marco mental del cliente, revisa supuestos, abre nuevas vías. No se limita a dar respuestas: ayuda a pensar mejor.
3. Gestiona la complejidad emocional y relacional
Muchas decisiones empresariales se toman en terrenos donde lo racional se mezcla con lo emocional: miedo al cambio, luchas de poder, necesidad de reconocimiento, bloqueos inconscientes. La IA no detecta ni gestiona esas dimensiones. Un consultor experimentado, sí. Sabe cuándo intervenir, cómo crear un espacio seguro para conversaciones difíciles y cómo desbloquear dinámicas estancadas.
4. Diseña soluciones con las personas
La IA puede proponer modelos, estrategias, roadmaps. Pero las soluciones impuestas desde fuera rara vez funcionan. El verdadero cambio surge cuando las personas están implicadas en el diseño. El consultor facilita esa participación, convierte la inteligencia colectiva en acción y garantiza que las soluciones sean deseables, factibles y sostenibles.
5. Acompaña en la acción
Saber qué hacer no es lo mismo que lograr que ocurra. La IA no baja al terreno, no ajusta la estrategia sobre la marcha, no sostiene a los equipos cuando surgen resistencias. Un consultor acompaña, adapta, da seguimiento. Está dentro del proceso, no solo en el inicio.
IA y consultores: ¿un dilema falso?
No se trata de elegir entre uno u otro. De hecho, los mejores consultores ya están incorporando herramientas de IA en sus metodologías: para hacer análisis más ágiles, comparar marcos, sintetizar información o generar ideas iniciales. Pero siempre con juicio, criterio y responsabilidad.
Lo realmente potente es la combinación inteligente: una IA que multiplica la capacidad operativa y un consultor que aporta el filtro humano, el pensamiento crítico, la empatía y la experiencia situacional.
Porque al final, la IA no sustituye al liderazgo. Ni a la conversación transformadora. Ni al aprendizaje colectivo. Y tampoco se responsabiliza de los resultados.
¿Hacia dónde vamos?
Quizás en el futuro tengamos una IA capaz de analizar dinámicas organizativas en tiempo real, de detectar emociones o de mediar en conflictos. Pero hoy, lo que más necesitan las organizaciones no es más información, sino más sentido compartido.
La IA puede decirte qué haría una empresa ideal en un escenario perfecto. Un consultor te ayuda a decidir qué puede hacer tu empresa real en su contexto imperfecto. Y esa diferencia sigue marcando el verdadero impacto.