Como ya apunté en la primera parte, el Camino de Santiago es un viaje que transforma desde el primer paso. Allí exploré las lecciones que se aprenden antes de comenzar: la decisión, la preparación y la planificación. Ahora, me gustaría compartir lo que se descubre durante la ruta, en esos momentos que solo el propio Camino te puede revelar.
1. EXPECTATIVA Y ADAPTACIÓN A LO DESCONOCIDO
El inicio del Camino es una mezcla de reto y emoción. Está lleno de expectación, incertidumbre y la sensación de que algo importante se avecina. Ese primer día se vive con tanta intensidad que nos obliga a centrarnos en el presente, sin preocuparnos demasiado por lo que está por venir (y casi mejor…).
2. ESTABLECIENDO EL RITMO DIARIO
Levantarse temprano cada día y dar los primeros pasos es lo que marcará el ritmo de la jornada. Ese momento en que la niebla, el frío y una luz tenue se convierten en tus acompañantes, te recuerda la importancia de comenzar cada día con las energías renovadas.
3. LA CONVIVENCIA CON LOS DEMÁS
El Camino es algo que comparte. No se puede concebir el Camino sin compartir. Convivir con otros peregrinos, aunque a veces solo sea a través de breves intercambios de palabras o silencios, enseña mucho sobre la paciencia, la empatía y la capacidad de ceder. Esa convivencia nos recuerda además que cada persona lleva su propio ritmo y que, aunque caminemos juntos, todos llevamos encima nuestras propias “mochilas” y vivencias. Valorar la compañía y aprender de ella es fundamental.
4. FOCO EN EL CAMINO Y NO EN LA META
El Camino enseña a desconectar del objetivo final y vivir el presente. A veces, la fatiga y la intensidad del Camino hacen que sensaciones tan vitales como el hambre desaparezca y que la meta se convierta en algo secundario.
5. ESCUCHAR LAS SEÑALES
Caminar durante días te descubre que tienes un cuerpo. Las molestias, los dolores y el cansancio se convierten en parte del recorrido, aprendiendo a escuchar las señales que el cuerpo nos envía, con ello, la necesidad de cuidarlo. Esta consciencia, tan presente durante el Camino, actúa como un recordatorio constante de nuestras limitaciones.
6. FOCO EN EL PRESENTE
En el Camino, mirar al suelo no es solo por precaución, también es una forma de mantener la atención en el presente. Los pasos se convierten en la nueva medida del tiempo, que de pronto deja de regirse por minutos u horas. Este sencillo acto de caminar, de pronto, se convierte en lo esencial para avanzar.
7. LOS MOMENTOS DE SOLEDAD Y REFLEXIÓN
Caminar te obliga inevitablemente a enfrentar tus propios pensamientos. Aunque vayas rodeado de otros, hay momentos en que te sientes sola y eso no solo es inevitable, sino al mismo tiempo, sano e imprescindible. De hecho, hay quien decide emprender el Camino, buscando precisamente esos instantes de introspección, que suponen espacios para replantearte algunas cosas, encontrar respuestas o simplemente dejar fluir esa maraña de ideas que surgen sin filtro. Nada mejor que darles rienda suelta si además quieres que alguna desaparezca. Es un buen ejercicio de reflexión y autoconocimiento que difícilmente puede hacerse en el día a día de nuestra rutina
8. FOCO EN LO IMPRESCINDIBLE
El sonido constante de tus propios pasos a menudo te recuerda la carga que llevas, ya sea física o emocional. Como dije, a medida que avanzas, la mochila se va aligerando, obligándote a soltar lo innecesario y a quedarte solo con lo esencial.
9. LA VERDADERA COMPETENCIA
El Camino te enseña que eso no es una carrera y mucho menos una competición con los demás. En cualquier caso, lo es contigo misma. No importa quién va primero o quién va el último; lo importante es encontrar tu propio ritmo y disfrutar del recorrido. El Camino va de aquellos que te acompañan, de quiénes te esperan y de la calidad de aquellos con quienes lo compartes. Lo importante es lo que vives y lo que aprendes
Aquí, pues, mis lecciones aprendidas durante el Camino:
- Enfócate en el presente y en el proceso, no solo en el objetivo El inicio de cualquier proyecto es una mezcla de reto y emoción. Está tan lleno de incertidumbre que nos obliga a centrarnos en el presente. Tener unas buenas rutinas y hábitos de trabajo es lo que sentará las bases para el éxito. Recuerda que el verdadero progreso se mide a través de los pequeños avances, no solo del resultado final. Disfrutar del viaje y valorar cada paso que das es tanto o más importante que alcanzar la meta.
- Empatía, trabajo en equipo y encontrar tu propio ritmo La convivencia durante el Camino nos enseña la importancia de la empatía, la colaboración y el respeto por los ritmos de los demás. En los proyectos, el éxito no es una carrera; depende de cómo trabajamos juntos y cómo valoramos a quienes nos acompañan, por tanto, es esencial cuidar del equipo. Esto no va de competir con los demás, sino contigo misma, por tanto, encuentra también tu propio ritmo, sé siempre mejor y cuida tus relaciones.
- Escuchar las señales, gestionar emociones y soltar lo innecesario El Camino nos enseña a estar en sintonía con nosotros mismos, a escuchar nuestras propias necesidades y a gestionar nuestras emociones. También es importante saber priorizar lo esencial y soltar lo que no nos aporta valor para mantener mejor nuestro equilibrio emocional. Aprender a cuidar de una misma también s clave para avanzar
- El poder del autoconocimiento y la introspección Caminar es un ejercicio que precisa de atención plena, por lo que nos ayuda a conectar con el aquí y ahora. La introspección y la reflexión personal también son fundamentales para tomar buenas decisiones. Dedicar tiempo a evaluar el rumbo del proyecto permite ajustarse a los cambios y mantener el foco en lo que realmente importa.
Al final, más allá de la meta, lo que realmente importa es cómo transformamos cada experiencia en una lección de vida y descubrimos que el verdadero destino está en el camino mismo.