¿Alguna vez te ha pasado como a mí que has dudado de tus habilidades y te has sentido algo así como un fraude? A esa sensación, que la recuerdo perfectamente cuando trabajaba en el mundo corporativo (curioso: ahora no la tengo), le han puesto un nombre: el Síndrome del Impostor y afecta de manera desproporcionada a las personas de alto rendimiento, a quienes les resulta difícil aceptar sus logros, cuestionándose si merecen elogios (me alegra saber que lo sufren las personas de alto rendimiento)

Como dije, el Síndrome del Impostor no es nuevo, aunque hoy se habla más frecuentemente de él porque afecta de forma significativa a la generación Millennial. Así, fue identificado por primera vez en 1978 por las psicólogas Pauline Rose Clance y Suzanne Imes. En su artículo, teorizaron que, una vez más, eran las mujeres las que se veían afectadas de manera única por este síndrome.

Como sabes que soy docente en una Escuela de Negocios y en la Universidad, de unos años hacia acá, vengo observando entre mis estudiantes (ya centennials la mayoría) ciertos comportamientos con los que reconozco, me cuesta empatizar. Leyendo acerca del Síndrome del Impostor, creo que di con parte de la clave de esos comportamientos. 

Los centennials, con algunas características que se han perpetuado desde los millennials, es una generación de chicas y chicos que jamás se han tropezado en su vida porque nosotros, madres y padres, nos hemos preocupado de quitarles todas las piedras habidas y por haber en el camino. No en vano, algunos les llaman la generación trofeo, porque obtuvieron trofeos incluso por llegar los últimos cuando eran pequeños, así que hoy siguen esperando un trofeo solo por aparecer.

Según la Asociación Americana de Psicología, esto aumenta el riesgo de sentimientos fraudulentos. Por otro lado, la intensa presión para diferenciarse a través de sus habilidades o ser socialmente perfectos puede dar como resultado una mayor incidencia de este síndrome que en generaciones anteriores. Muchos sienten que siempre tienen “algo que demostrar”, que deben validar constantemente su talento, sus credenciales y sus logros. 

Para esta generación, cuyo rasgo más representativo, a igual que los millennials, es la necesidad de aprobación constante y masiva de todo lo que hacen, posible gracias a los avances tecnológicos, la opinión de los demás es muy importante. 

Las redes sociales no dejan de recordarles los logros de los demás, lo que hace inevitable que se comparen constantemente. Ello supone un fuerte ataque a su autoestima. La presión social, las circunstancias y sus características innatas como centennials hacen que no siempre se sientan seguros.

Así pues, no es de extrañar que los centennials sientan que tienen que “probarse a sí mismos” continuamente. Las oportunidades de los centennials dependerán mucho más de la situación socioeconómica de sus antecesores que del esfuerzo personal propio. Este factor puede alimentar las llamas del Síndrome del Impostor cuando se incorporen al mundo laboral.

Si este breve análisis te aleja de fiscalizar o compadecer a tus hij@s, estudiantes y te ayuda a entenderles mejor, habrá valido la pena escribirlo.  Sin embargo, no te fíes, según el International Journal of Behavioral Science, 

“Cualquiera puede verse a sí mismo como un impostor si no logra internalizar su éxito”. 

¿Y tú? ¿Lo has sentido alguna vez? 

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