Hace unos meses, tras finalizar un proyecto formativo en la Generalitat de Catalunya, hablaba con su responsable y le transmitía, obsesionada como siempre por la “experiencia de cliente”, mi preocupación por que los participantes hubieran tenido una buena percepción de la acción formativa durante todo el transcurso de esta. Sin embargo, esta persona me dijo algo que ha resonado en mi cabeza durante estos últimos meses: “debemos procurar una buena experiencia, cierto, pero no te engañes, aprender cuesta y es doloroso”. Esa frase me resultaba familiar…

“La fama cuesta, y aquí es donde vais a empezar a pagar… con sudor”. Algunas personas seguramente recordaréis esta frase que repetía una y otra vez la señorita Lidya Grant en la High School for the Performing Arts de la calle 46 de Nueva York en la serie “Fame”: Los que no la recordéis, simplemente porque todavía no habíais nacido, siempre podéis ir a ver el musical en el Teatro Apolo de Barcelona. La frase, en los años 80, se hizo tan famosa que incluso el musical le ha sido fiel.  

En aquellos años, todos entendíamos perfectamente la frase. Padres y escuela ya se habían encargado de dejarnos claro que en la vida nadie te regala nada, que la suerte no existe, solo el esfuerzo y el trabajo. Me pregunto si hubiera sucedido lo mismo si hubiéramos escuchado hoy esta frase o hubiéramos tildado de naif a la señorita Grant, obnubilados por un mundo hedonista que coloca el placer como el bien supremo, donde queremos todo rápido para saborearlo cuanto antes y muy pocos estamos dispuestos a esperar para obtener la recompensa.

Habitamos en la cultura de la inmediatez, una cultura que ha surgido a partir de la revolución digital, promovida por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, entre otros factores. Como consecuencia de la necesidad de rapidez y satisfacción instantánea, las personas hemos desarrollado una serie de conductas como la denominada hiperconectividad tecnológica y el deseo constante de gratificación momentánea. Es lo que los psicólogos denominados refuerzo inmediato o a corto plazo y que definimos como el deseo de experimentar placer o satisfacción sin tener que esperar. La obtención instantánea de las recompensas genera, por otro lado, rechazo hacia el esfuerzo para obtener los resultados. Se pierde entonces el valor del esfuerzo y dejamos de creer en él. Ello genera lo que se denomina impaciencia social. Así, a igual que pasaría con la viralización de un vídeo en YouTube, si se espera que el crecimiento de una empresa, algo que se considera gradual, pase de la noche a la mañana, no debiera extrañarnos cuando las empresas nos piden que les enseñemos a ser Agile o desing thinkers en 2 horas.

A ello, hay que sumar cómo estamos diseñados biológicamente. Nuestro cerebro no ha sufrido ninguna modificación esencial desde hace unos 15.000 años, es decir que su principal objetivo principal sigue siendo la supervivencia, y sobrevivir significa integrar y automatizar conductas que en el pasado sirvieron para ello. Sin embargo, esta automatización se convierte en un obstáculo cuando queremos aprender algo nuevo. Sobrevivir requiere de no malgastar la energía de que disponemos, pero aprender exige todo lo contrario. Esto explicaría nuestro deseo innato de obtener lo que queremos en el momento exacto que lo queremos y, por ende, nuestro afán de aprender rápido y fácil.

Por otro lado, como lo definen la mayoría de modelos psicológicos, los seres humanos actúan sobre el «principio del placer», el placer es la fuerza impulsora que obliga a los seres humanos a satisfacer sus necesidades, deseos y urgencias. Si no se consigue la satisfacción de esta necesidad, la respuesta psicológica es la tensión o la ansiedad, como la que sentimos cuando salimos de nuestra zona de confort, cuando abandonamos lo que conocemos, lo que sabemos, para introducirnos en sitios nuevos donde nunca hemos estado antes y donde, por ello, la incertidumbre es alta. ¿Os suena? Sí, así es, esto es lo que sucede cuando aprendemos.

Subimos vídeos, fotos y actualizaciones de estado, respondemos en tiempo real a correos electrónicos y tuits ya que hemos desarrollado la necesidad de responder inmediatamente a cualquier notificación. Si ello es posible en estos ámbitos, también los exigimos en el aprendizaje por efecto de las denominada expectativas líquidas, un fenómeno que ocurre cuando las experiencias de las personas en un ámbito se filtran en otro.

Queremos que todo sea rápido y que cueste poco. Aprender, también. Cuánta razón tenía la señorita Grant. ¡Aprender también cuesta! Cuesta esfuerzo y lleva su tiempo.

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